miércoles, 20 de junio de 2012

Ana en el patíbulo (Parte I)

Martes. Agosto. El viento entra por la ventana y endurece el afecto físico. Ana está reclinada  en el alféizar, contemplando la colección de su biblioteca. Su mirada connota desesperanza y una pizca de aburrimiento; pareciera buscar en aquellos dorsos los destinos que embarcaron en su habitación. 'Es un buen momento', pensó. No tenía muy en claro para qué.
Dentro de los ciclos lunáticos se hallaba la respuesta. Siempre se vuelve al mismo lugar, pero en diferente forma, este juego viejo ya la había hastiado. Matematizó su vida en función de lo perdido y lo adquirido; así generó una dialéctica (siempre siguiendo la lógica lunática cíclica) utilizando aristas particulares para cada análisis. Primero lo simple, lo material. Luego, las relaciones que nacieron y quebraron su equilibrio. Por último, sus emociones. Éstas eran las más complejas, ya que tenían su propio circuito dentro de cada estadio. Nada tenía sentido y todo volvería siempre a comenzar, con nueva forma pero igual esencia. 
Enajenada casi por completo, Ana logra atisbar el teléfono que parecía agitarse de tanto sonar. ¿Quién era? ¿Importaba realmente? No. Empuñó lo necesario y partió hacia el mundo desconocido, a caminar para confirmar su teoría. El teléfono seguía sonando, pero ahora sólo importunaba a su conciencia. ¿Qué pasó en aquel 'paseo'?  Es imposible saberlo, se encerró tan en sí misma que parecía ser un muerto que acaba de despertar deambulando por el cementerio. 
Al llegar a su casa retornó a su estado físico anterior. Inmóvil, tensa, catatónica. Realmente en su biblioteca había quién quería hablarle, pero no entendía muy bien cómo comunicarse. El agudo sonido del timbre interrumpe la función. Baja por las escaleras. Atraviesa, nuevamente, abismo que separa su mundo del exterior. Abre la puerta. Gira la cabeza, mirando a quien tenía enfrente, para comprender mejor la situación. Era su mejor amiga y estaba llorando, descuartizando su alma sin encontrar una respuesta. Ana volvió a la realidad.
Atraviesa el jardín y la abraza intentando salvarle la vida. No lo logra, Nélida no paraba de morir en cada lágrima. 'Juan murió', balbuceó. Ana no pudo decir nada. Entraron a la casa y se sentaron en el living, haciendo el mayor contacto físico posible. Los abrazos llegaban a doler. 
'No entiendo', fueron las únicas palabras que pudieron ver la luz en aquella habitación. Nadie podía comprenderlo. No había ideas que transmitir ni consuelos reales, se limitaron a sollozar esperando que el tiempo se las lleve consigo. ¿Quién, más que Juan, podía entender la situación? Sin dudas, Ana podía, pero ya no  tenía interés en hacerlo. Juan nunca más volvería a verlas. Ellas nunca más podrían odiar a Juan por su no existencia. 

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